Joel del Río, 25/09/2019
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Fiel al tono dominante en los (melo)dramas de tema social, Santa y Andrés utiliza dos canciones antiguas en tanto referencias que indexan la temporalidad de la acción, y también introducen la metatextualidad inherente al comentario sobre situaciones dramáticas y personajes. Así, la banda sonora rescata del olvido, y metamorfosea intencionadamente, los sentidos originales de la balada romántica Viento, interpretada por Martha Strada, y El colibrí, o El colibrí y la flor, un anónimo del siglo XIX muy conocido en Cuba, en los años ochenta, en la interpretación de Silvio Rodríguez, aunque en el filme se presenta una nueva versión, interpretada por Haydée Milanés.
En la historia de la música cubana tal vez existen pocas cantantes tan contrapuestas como Martha Strada y Haydée Milanés. La primera fue una diva de la bohemia nocturnal habanera, ronca y teatral, adicta a versionar canciones románticas españolas, italianas y francesas, distante del poder y las instituciones.
Por otro lado, Haydée es ahora mismo, una de las cantantes más conocidas y respetadas en Cuba, heredera de la tradición trovadoresca representada por su padre y por Silvio Rodríguez, su imagen escénica es suave y contenida y su voz dulcemente aguda.
Si en un punto coinciden Martha Strada y Haydée Milanés sería en la cercanía de ambas al filin, y esta vena sentimental, intimista, inunda las dos canciones escogidas para la película.
Al igual que Andrés, el protagonista del filme, Marta Strada tuvo una historia trágica, marcada por la displicencia o censura por parte de la oficialidad, amén del desdén de las instituciones culturales. Con su voz grave, sus vestidos negros, su estilo adolorido y declamatorio se inclinaba a versionar baladas como Abrázame fuerte, Venecia sin ti, o el Yo soy aquel, de Raphael que la cantante transformó en Yo soy aquella, además de las memorables En días como hoy, y Viento, que Andrés escucha, una y otra vez, como para torturar a su vigilante Santa, al principio de la película.
Poco después de que grabara su único álbum en 1965, a Marta Strada se le impidió salir de Cuba, como también ocurrió en su momento con Los Zafiros, Meme Solís y varios otros artistas. Meme Solís era precisamente el creador de la producción de Tropicana, Los romanos eran así, que marcó el punto más alto en la carrera de Martha Strada, porque después fue relegada a pequeños clubes nocturnos de segunda categoría y nunca más volvió a grabar discos.
La creciente ofensiva revolucionaria y la oclusión de la vida nocturna habanera, en el llamado quinquenio gris de la cultura cubana, durante y después de la zafra de los Diez Millones, empujaron a la Strada hacia los márgenes (tal y como ocurre, en los años ochenta, con el protagonista de Santa y Andrés) y aunque los medios oficiales cubanos jamás creyeron demasiado en su talento y estilo, sus escasas presentaciones eran disfrutadas por un público fiel de intelectuales, bohemios, gays y lesbianas, hasta los años ochenta, cuando se vio precisada a abandonar los escenarios por razones de salud.
Así, la Strada se transformó en una especie de símbolo de una serie de artistas incomprendidos por ciertos funcionarios, incapaces de aquilatar la singularidad de su talento y de colocarlo en los circuitos adecuados. Con la trágica aureola de artista mítica venida a menos, apareció un par de veces en la televisión, a principios de los años noventa, de la mano del realizador Camilo Hernández, declamando un poema de Eliseo Diego, dentro de una vanguardista versión de Emma Zunz, donde también aparecía ese icono de rebeldía artística que fue, en los años noventa, la bailarina Rosario Suárez. Poco después, Martha Strada viajó a Florida, igual que Rosario Suárez y que Andrés. En Estados Unidos vivió hasta su fallecimiento, en 2005, a los 78 años.
En el teatro, Carlos Díaz usó la versión de Martha Strada de La tómbola para clausurar las funciones de la Trilogía de Teatro Norteamericano, y un travesti llamado Mimí se hizo popular en el famoso Mejunje de Santa Clara doblando sus canciones y tratando de copiar su inimitable estilo. De modo que la presencia de Viento, en Santa y Andrés, alude no solamente a la identidad del artista incomprendido y censurado, sino también a un símbolo de la sumergida cultura gay, que el protagonista, un escritor disidente, disfrutó y compartió en su momento.
En el Diccionario de mujeres ilustres de la música cubana, publicado en 2005, se le dedica una breve nota a Martha Strada. Sin embargo, en el Diccionario enciclopédico de la música cubana, donde aparece hasta Gloria Estefan, en la letra S, la relación salta de Leopoldo Stokowski a Igor Stravinsky y la Strada fue preterida otra vez. Pero el olvido nunca alcanza, cuando su voz cavernosa, y su singular insuficiencia para redondear las frases musicales, son recordadas de nuevo a través de Viento, en la escena en que el artista incomprendido la escucha con incesante insistencia, y la guajira noble e ignorante desconoce las razones de tanta devoción.
Andrés termina escapando de Cuba, Sandra se queda, y después se acaba la película. Mientras ruedan los créditos se escucha El colibrí, que Silvio Rodríguez reconoce como una de las primeras melodías que escuchó en su vida, símbolo de la trova anónima, y origen innegable de muchas de sus canciones. Según aseguran algunos especialistas, el relato de amor trágico procede de una antigua leyenda indígena, que incluía al colibrí como símbolo de belleza, fidelidad, libertad y esperanza, tal como aparece en otras obras de Silvio como Abracadabra, Venga la esperanza y Ala de colibrí.
En Santa y Andrés, cantado por Haydée Milanés, el texto de la canción parece describir y comentar poéticamente la hermosa relación entre los dos personajes cuando se habla del huracán que tronchó la flor de la ilusión, y del colibrí que corrió a salvarla solícito, “y cada vez que con el pico la tocaba, sumergíase en el agua con la flor”. Después de ver la película, resuena particularmente en la emotividad del espectador el momento en que la canción cuenta que el colibrí, como Santa, cayó desmayado en la corriente “y corrió la misma suerte que la flor”.
La delicada revelación del epílogo se erige a partir de la hermosa interpretación de Haydée, por supuesto, y al nuevo sentido que toma el texto a la luz del argumento de Santa y Andrés, una película que habla sobre el encuentro, al fin y al cabo amoroso, solidario, comprensivo, entre dos soledades, en un medio totalmente adverso.