Reyes/ Triana Debate, Pt 1

Una respuesta a Alexis Triana
Dean Luis Reyes. Facebook. 13 abril 2018

Habrá que agradecer a Alexis Triana enfrentar con argumentos las críticas vertidas alrededor de los cuestionamientos que varios hicimos a las decisiones tomadas alrededor del filme Quiero hacer una película, de Yimit Ramírez, y a los sucedidos posteriores, que enturbiaron la celebración de la Muestra Joven ICAIC 2018. Porque al fin hay con quien discutir seriamente la cuestión.

Su respuesta pone en evidencia algo que ya percibimos: hay un grupo que no tiene quien le escriba las cartas, que debe mostrar el rostro y firmar con su nombre. Son individuos que ocupan cargos en instituciones culturales, se dicen leales y honestos, pero pueden acusar o sugerir, sin pruebas, la vinculación de una opinión con un esquema desestabilizador o contrarrevolucionario. Este grupo, en otro tiempo, era capaz de destruir la carrera de un autor o artista. Hoy, como se ha visto, no infunde respeto. Mucho menos miedo.

Es bueno leer lo que escriben, saber cómo piensan. Van ahora a la defensiva. Porque la última torpeza de la “política cultural” que defienden es clamorosa: han salido a impugnar un parlamento de un personaje de ficción incluido en una película en proceso QUE NO VIERON. Han accedido a la interpretación de dos funcionarios del Instituto de Cine que SÍ LA VIERON y desaprobaron EL COMENTARIO DEL PERSONAJE. Han asumido que los que nos oponemos a la desaprobación de la película, y al posterior castigo a los organizadores de la Muestra Joven ICAIC 2018, aprobamos el INSULTO DEL PERSONAJE a Martí. Lo que desaprobamos por principio es la condena de un texto artístico según razones desde todo punto de vista de ignorancia, así como la oposición de la institución a QUE TENGAMOS NUESTRA PROPIA OPINIÓN después de ver la película de marras.

Si no existiera el deseo de imponer una visión de las cosas, tendrían que reconocer que HABLAN DE ALGO QUE NO CONOCEN. Lo cual es muy serio cuando se trata de funcionarios del aparato institucional de la cultura cubana.

Triana debería saber que, hace unos años, un crítico de cine cubano que tiene un programa televisivo en Bayamo, exhibió allí el corto El grito, de Milena Almira. Un funcionario colérico calificó la pieza de “pornográfica” y despidió al crítico. Después de un recorrido legal duro, el Tribunal Supremo de la República dictaminó que las obras artísticas sugieren múltiples lecturas. Hoy el crítico sigue haciendo su programa. A todas luces, los juristas están más claros en cuestiones de polisemia que los administradores del sistema institucional de la cultura.

Triana confiesa haberme conocido cuando presenté en las Romerías de Mayo en Holguín una jornada audiovisual, que luego califiqué como un gesto “de desobediencia”. Lo hice porque las Romerías, que se ofrece como reunión de juventudes artísticas, no tenía a inicios de los 2000 espacio para el audiovisual. Porque en ese tiempo empezaba a despegar una nueva generación, que desde entonces era incomprendida -Video de familia, que exhibí allí a cine lleno, no tuvo igual suerte en La Habana fuera de la Muestra de Nuevos Realizadores. Lo hice porque el cine cubano es mi pasión -el cine cubano, no el que aprueban los funcionarios- y porque soy fundador de la Muestra Joven desde la primera, en 2000, y fui miembro de su comité organizador hasta 2004.

 

No lo olvido, como dice Triana. Tampoco supongo que tenga que agradecérselo. Comparto con él que, si bien me conocía entonces, hoy me desconoce. Porque lo cierto es que no tenemos que ver. Mi error fue escribir que él era director de la revista Excelencias, pues desconocía en ese instante su nueva función: director de comunicación del Ministerio de Cultura. Entendamos esto: pertenece a una casta que se mueve en autos estatales, goza de conexión a internet, correos electrónicos, blogs personales, plataformas institucionales desde donde exponer su parecer, e incluso, acusar de conspiración a las redes sociales como Facebook, que es, como en mi caso, el medio más directo para responder sus manipulaciones -Triana, que tuvo el cuidado de publicar su texto en el blog personal “Por cuenta propia” (nunca mejor bautizado), ha encontrado eco inmediato tanto en el portal del Ministerio de Cultura como en La Jiribilla. No nos confundamos: no son el pueblo. No son nosotros.

Triana desmonta mis argumentos negando mis alegaciones. La Jiribilla, desde donde ahora mismo se condena a coro a todos los que han expresado su desacuerdo con el affaire QHUP, es una publicación ejemplar, dice, porque no hay allí evidencias de las manipulaciones que digo. Que las bases de datos hayan sido actualizadas o purgadas no significa que los ataques no existieran. Allí o en El Caimán Barbudo, o en otros espacios desde donde históricamente se ha acusado a los creadores cubanos discrepantes o incómodos.

Preguntemos a Eduardo del Llano y a Lina de Feria. Preguntemos a Elvia Rosa Castro por la condena a su ensayo “El precio de las bacantes”, en 1998. A Víctor Fowler, por aquella edición donde su opinión fue colocada a media página de conjunto con la impugnación. A Roberto Zurbano, acusado de no se sabe qué cosas terribles por una entrevista que dio al New York Times. A mí mismo, Enrique Ubieta me acusó de querer obtener premios del imperio.

Que no presente todas las evidencias, no significa que haré como Chibás. No enseño las pruebas ahora, pero tengo memoria. Siniestro es querer negar algo que todos vimos, que todos vivimos. Pregunta, Triana, a Manuel Henriquez Lagarde, el ejecutor de muchos de los asesinatos de reputación en El Caimán. A lo mejor también a él se le olvidó, ahora que se ha vuelto un ilustre bloguero. Pregunta a Rosa Miriam Elizalde por los inicios de La Jiribilla.

Por cierto, si vamos a un tribunal, espero que tú y tus defendidos muestren las nóminas de la NED o la USAID firmadas por mí. O alguna prueba de mercenarismo -ese epíteto que endilgan a diestra y siniestra, abierta o solapadamente.

Y ya que están tan obsesionados con el dinero, propongo preguntarnos: ¿de dónde viene el salario de estos funcionarios? Del erario público, del trabajo de los artistas, de los cubanos todos, de la misma gente a quienes prohiben ver las películas o las obras de teatro. ¿No deberíamos nosotros, que producimos algo más que decisiones desde una oficina, poder cuestionar las suyas?

Tengamos cuidado con los prejucios antintelectuales de muchos de estos oscuros decisores, cuya obra es dudosa o inexistente. Que llegaron a donde están a través de mecanismos desconocidos. Que usan las publicaciones del Ministerio de Cultura para manchar, acusar, sin que se les pida responsabilidad por ello.

Su actitud, no lo perdamos de vista, responde a una pulsión que resumía amargamente el profesor puertorriqueño Eduardo Seda Bonilla al meditar en torno al fracaso de la experiencia socialista en la URSS: “Hay un sector oportunista, en toda sociedad, maleable a toda influencia del poder porque su modo de pensar es de carácter asociativo ad hoc. (…) Ese sector maleable acostumbrado a vivir en la improvisación ad hoc oportunista se movería con gran facilidad a los puestos clave de cualquier régimen en donde la sumisión estereotipada fuera exigencia existencial. (…) el momento en que adviene al poder el socialismo, esta “nueva clase” podría convertir ese proyecto en Leviatán de automatismos, pesadilla para los que definen su existencia a partir de valores auténticos (…) le harían las cosas muy difíciles a los intelectuales que piensan con criterios conceptuales y no con la incentivación robótica mecanicista de premios y castigos.” (1)

Alexandr Solzhenitsin advirtió más tarde que un sistema social que estimula la reproducción mecánica y acrítica de las disposiciones emanadas de un centro dirigente no solo desestimula la creatividad, sino que favorece el ascenso social de los mediocres.

Y los mediocres siempre tienen una memoria selectiva.

A propósito, los textos firmados bajo el seudónimo de Cristian Alejandro en La Jiribilla, han desaparecido de su web… misteriosamente. Los tengo todos, Triana, puedo enviártelos, incluido aquel que cerró su presencia allí, titulado “¿Quién es Cristian Alejandro?”, una denuncia firmada por Gustavo Arcos.

Cristian Alejandro, por cierto, en su post de la edición de La Jiribilla del 31 de octubre al 6 de noviembre de 2015, titulado “La desafinación de Pablo Milanés”, dice: “A lo mejor es un error de mi parte querer que los buenos lo sean en todo, pero no me canso de preguntarme una y otra vez: ¿Por qué esa desafinación política en un ser tan afinado musicalmente? Tanto, que por momentos es atonal, ilustrativa de una pobreza de ideas que se acerca a la frontera de la ignorancia más irracional”.

¿Por qué un funcionario escribe con seudónimo para cuestionar las opiniones políticas absolutamente plausibles de un hombre como Pablo? ¿Será porque no creía seguro, para su posición, impugnarlo abiertamente? ¿Por qué La Jiribilla retiró los posts de este sujeto? No tengo que decirte quién es, Triana. Él lo sabe. Nosotros también. Que los textos referidos no aparezcan en los buscadores ahora no es prueba suficiente para decir que no existieron. Mantén alta la astucia, Triana. Que no se diga.

Hace menos de dos años, pasó algo muy parecido con Santa y Andrés. Hubo toda clase de acusaciones, a Carlos Lechuga, su director, e impugnaciones a quienes defendimos el derecho a ver la película. Te ofrezco parte de lo que respondí entonces al viceministro de cultura Fernando Rojas, acerca de la potestad del ICAIC para censurar películas.

Esta potestad descansa en la Ley 589 del 7 de octubre de 1959, denominada “Creación de la Comisión de Estudio y Clasificación de películas cinematográficas y disolución de la Comisión Revisora”, conexa a la Ley de Creación del instituto. En el séptimo por cuanto de ese texto, se dice: «En riguroso acatamiento al artículo 47 de la Ley Fundamental de la República que declara interés del Estado la cultura en todas sus manifestaciones y libres la expresión artística, y la publicación de sus resultados, se hace necesario proveer para que tal regulación y clasificación no se convierta en un aparato de coacción o de censura que deforme la obra de arte, la haga inaccesible al público y rebaje las posibilidades de información y los derechos reales de nuestro pueblo».

Más adelante, en el artículo 1.a indica que esa ley está dirigida a: «Garantizar el más absoluto respeto por la libertad creadora, la expresión de las ideas y el derecho a divulgar la obra cinematográfica y condenar toda forma de discriminación lesiva a este principio, ya en el orden filosófico, científico, o en la de la fe religiosa».

Lo sé, esto desvía el centro de la cuestión: los que queremos mostrar la película que tú no viste, pero condenas, somos sinuosos y manipuladores. Nos va a pagar el enemigo por serlo. De los pobres diablos de La Jiribilla, no me extraña, pero tú eres un tipo astuto. Propón algo mejor.

Y ya que lo mencionas: si curé la muestra para el MoMA de cine cubano bajo censura es, sencillamente, porque no puedo hacerla en, digamos, el Museo de Bellas Artes. Y porque son obras que no se validan como propaganda política, sino como piezas de valor artístico, como parte del cine cubano que a ti y tu grupo no gusta, pero que son parte de él. Allí, por fin, pude ver libremente, en una sala junto a más de cien personas, Santa y Andrés. Un gesto de libertad que gente como tú negaron a los cubanos de Cuba. ¿Por qué no hacemos esa muestra aquí y abrimos un debate sobre las películas, sin militantes convocados ex profeso ni polemistas preparados de antemano? Vamos a echar la guerra cultural.

Eso sí, hay que agradecer a Triana por haber logrado en su “desmontaje” algo que no pude en años de periodismo: conseguir que el responsable de la política de exhibición del ICAIC, Benigno Iglesias, explicase título por título parte de la lista que ofrecí como películas censuradas solo en esta década en Cuba -aclaro: apenas anoté largos, y no están todos. Lo hemos exigido desde el periodismo de múltiples maneras, sin respuesta… que Iglesias haya respondido al pedido de Triana demuestra que la cadena de mando funciona.

En el texto donde reúno esos títulos, explico que se trata de “una lista no exhaustiva de los largometrajes cubanos de esta década solamente, que no han tenido estreno público ni exhibición normal más allá de algún festival o muestra”. Triana obvia eso, con intención. Y, para mi asombro, Benigno Iglesias CONFIRMA MI DENUNCIA: las películas que ofrezco han sido, SOLAMENTE, exhibidas en muestras y festivales. No han sido estrenadas ni promovidas de manera abierta por el Instituto de Cine.

Iglesias confiesa todavía algo peor. Cito a Triana: “Espejuelos Oscuros, de Jessica Rodríguez; Caballos, de Fabián Suárez; y La Obra del Siglo, de Carlos Machado, se proyectaron las tres en la Muestra Joven y en el Festival del Nuevo Cine del 2015. Sus realizadores no mostraron ningún interés posterior de entregarlas al ICAIC para su exhibición.”

Lo subrayado indica algo que sabíamos: el ICAIC espera que sean los realizadores quienes ofrezcan al Instituto sus películas, no las sale a buscar. Me pregunto si esto es un procedimiento común -porque no lo es. Cito uno de mis textos de días anteriores, donde digo: “Con ello, se viola la Ley 169 de 1959, de creación del ICAIC, la cual indica que esa institución tiene la obligación de “organizar, establecer y desarrollar la distribución de los films cubanos o de coproducción”. Su artículo decimoprimero reza: “El Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos se encargará asimismo de promover la distribución de los films cubanos en el mercado nacional en una forma organizada y sistemática…”

El movimiento del cine cubano agradecerá por muchos años a Alexis Triana el aclarar algo tan necesario. Aquí confirmarnos que la institución sacrosanta bajo asedio no hace lo necesario para exhibir el cine nacional. Si las instituciones de la cultura tienen esa “dificultad” hoy, la cultura nacional está en peligro. Este es el meollo del asunto aquí, Triana, no si estamos de acuerdo en que un PERSONAJE DE FICCIÓN insulte a Martí. Eres tú quien tergiversa -te lo diremos hasta el cansancio, sin citar a Bretch ni apelar al currículo todo el tiempo.

Pero ya sabemos, Triana, que este es un diálogo de sordos. O seamos sinceros: un no diálogo. Yo no estoy dialogando contigo. Estoy respondiendo tus manipulaciones groseras disfrazadas de sentido común. En la web están los videos donde se ve y escucha qué hizo cada quién (incluyéndote) en la conferencia de prensa de la Muestra Joven abortada el 22 de marzo. También están los textos que cada parte ha escrito, compilados de paso -para evitar que “se esfumen” de las plataformas web- en pdf por la Muestra Joven.

Y como es mi honestidad lo que está en cuestión en el “desmontaje”, tendré que recordarle a mi oponente que, para la gente de nuestra generación, su nombre está vinculado a aquel suceso, ocurrido en la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Habana de fines de los 80, cuando el estudiante Alexis Triana discutió a Fidel Castro la existencia en Cuba del culto a la personalidad. Ello costó sanción al joven Triana. Habrá que imaginar la mutación que ocurre en un individuo para aparecer reconvertido, primero, en director provincial de cultura, y a estas alturas, en director de comunicación del Ministerio de Cultura.

En su defensa, tengo que concederle que, desde tales cargos, no puede permitirse pensar de otra manera.

Nota:

1.- Eduardo Seda Bonilla, “La Unión Soviética: política y alienación”, Revista Claridad, 5 al 11 de agosto de 1994, San Juan, Puerto Rico.